martes, 7 de enero de 2020

LECRO EN LA ALEGRÍA DE LA BOCA DE LA GUACAMAYA


LECRO EN LA ALEGRÍA DE LA BOCA DE LA GUACAMAYA


Lecro llegó al Golfo de Morrosquillo buscando conocer la Biblioteca La Alegría. Quería conversar con Irene Vasco y Carmen Ozuna. Mientras esperaba en la entrada Juvenal le narro su historia de La Boca de La Guacamaya: 



La canoa se desliza con su barriga de madera por entre los canales de aguas rojizas de la Ciénaga de La Leche, la tarde llega frotándose de viento en las raíces del manglar, trae las manos carrasposas untadas del salitre con que el mar nos acaricia en forma de aerosol. Quiere doblegar el vapor del medio día que paraliza cada sombra en el reflejo del agua.



Las guacamayas, cuyas plumas solo vi tras el cercado del zoológico, con los colores intactos y la mirada sin brillo, van volando libremente en bandadas hacia la Isla de Trementino, llevan su canto de azules, amarillos y rojos como en sus cuerpos alados. No cuesta trabajo pensar en la llegada a sus nidos, en el estruendo enérgico y alegre de su aterrizaje sobre el dosel del bosque. En algún lugar debe haber más canoas copiando su algarabía, creyendo que el agua es cielo y levantando pronto su vuelo uniéndose a mi canoa que ya vuela.

Ojalá el aliento de mis ancestros me mantenga en vuelo, me sostengan para verlos, me dejen brindar con ellos. ¿Qué habrá quedado en mí de aquellos que llegaron antes aquí? Esos que descubrieron en el bosque tupido del manglar las pequeñas islas cercadas por arroyos y por vida, esos que sembraron allí el maíz, el arroz, la yuca. ¿Probarían ellos acaso de los mangos que sembraron para mí?



Algunas veces creí que mis brazos y mis manos eran inútiles y torpes pues puse muchas veces la vela en la canoa para pescar en el golfo y no atrape nada. Pero una tarde de enero vi como morían los peces y los camarones intentando salir al mar por la Boca de Guacamaya que se había tapado de arena. Una mañana de junio encontré en la playa del Francés unas masas negras de petróleo que ya tenían olor al alquitrán. ¿Qué pensarían mis abuelos de lo que está pasando?

Los negros, los pescadores decidimos abrirle al mar la puerta de las bocas de Guerrero, de Alegría y de Guacamaya. Ésta es la Ciénaga de La Leche donde todo es manglar con hormigas, con cangrejos, con vapores, con olores. Protegida por los zancos de las raíces de rizophora, por los micos, las serpientes, las iguanas. Hace falta haber visto a mis antecesores pasar los días enteros en sus islas sembrando, cultivando, pescando, navegando, compartiendo y conservando, Sin sacar más de lo que necesitaban. Escupiendo las angustias, haciendo lentas las despedidas.



Los de más allá del golfo nos fueron llegando y se fueron quedando con nosotros. Hay más casas, más gente, más necesidades. A casi nadie le ha dado temor la sequía de principio de año ni los arroyos de agua dulce desbordada de noviembre. A pocos nos llega el terror cuando tumban el manglar y los potreros se vuelven salitrales. No hay nada que sea parecido. Mis amigos y mis hijos que vivimos de la ciénaga estamos abriendo las bocas cerradas que dejan al mar mezclarse en el manglar, recuperamos el cauce de los caños desviados, hacemos correr agua dulce y de mar en los horribles salitrales, sembramos plántulas de manglar y estamos llevando a los turistas a volar muy cerca a las guacamayas sin despegar la canoa del agua.